Durante nuestras prácticas, también tuvimos la ocasión de pasar un par de horas en la clase de 4º de Diversificación. En la primera sesión Araceli hizo un repaso al mito de Apolo y Dafne y su repercusión en la literatura española. Les pedimos a los alumnos que formaran parte de esa tradición y escribieran ellos mismos una versión del mito. El requisito era que debía estar narrado en primera persona, desde el punto de vista de Dafne o Apolo. Este es uno de los resultados del que también estamos muy orgullosas.
Me encontraba en el bosque, tranquila y sin
preocupaciones. Algo me llamó la atención, miré al cielo y de él vi bajar una
resplandeciente luz. Cuando se acercó más a mi pude diferenciar a un niño
bañado en oro, Cupido. Me quedé embobada mirando hacia él, pronunció unas
palabras de las cuales solo pude distinguir “Apolo”. En ese instante y sin
darme tiempo a irme, sacó de su carcaj una flecha de plomo y la lanzó hacia mi
dando certeramente en mi corazón.
Me sentí extraña, totalmente diferente a
minutos antes. Seguí caminando por el bosque desorientada, pensando en Apolo,
un Dios bello del cual había escuchado hablar pero nunca había tenido el placer
de conocer. Llegué al lago y sentí la necesidad de alejarme de aquel lugar. Me di
la vuelta y vi una luz espectacular que se dirigía a toda velocidad hacia mí.
Eché a correr lo máximo que podía, la luz me perseguía, se trataba de Apolo que
me gritaba para que me detuviera, pero yo no podía, necesitaba alejarme más y
más. Él comenzó a decirme lo importante y maravilloso que es, pero aún así no
podía detenerme. Días antes le había pedido a mi padre que pudiera ser virgen
para siempre, y ahora esto, no me puede estar pasando a mí, pensé.
Después de mucho correr por ser perseguida
por Apolo, llamé a mi padre para pedirle ayuda. Me mandó parar y yo le hice
caso. Cuando Apolo me tocó de mis pies empezaron a salir raíces y de mis manos
ramas: me estaba convirtiendo en un árbol de laurel, no sentía dolor. No sentía
nada. Aún podía ver a Apolo abrazándome, llorando y cuando más lloraba, más
rápido ocurría la metamorfosis y más grande me hacía sin poder evitarlo. Cuando
acabó la metamorfosis me sentía bien, podía ver todo a mi alrededor y
comunicarme con las demás plantas y animales.
Vi a Apolo alejarse sollozando y nunca
volver.
Bárbara García Canga 4º ESO Diversificación
IES Aramo (Oviedo)
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